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viernes, 28 de marzo de 2008

Lo más cerca de RAMBO que pude estar (en mi viaje a Tingo María)


La mañana del Jueves Santo desperté ante el sonido de una voz marcial (por decirlo de alguna manera) en el bus que nos dirigía hacia Tingo María. Había un sujeto que, con rifle en mano, nos indicaba que había entrado a nuestro bus para cuidarnos de ‘los malos’ que podían interrumpir nuestro viaje para “robarnos, violarnos y hasta matarnos”.
Se presentó como un rondero de la zona y que, como tal, no recibía sueldo del Estado así que nos agradecería colaborar con él. Entonces, – rifle en mano – pasó asiento por asiento agradeciendo la colaboración voluntaria que le ofrecíamos.

En el valle del Huallaga

Al bajar del bus, en la ciudad de Tingo María un policía con cara de pocos amigos revisó toda nuestro equipaje de mano. Al salir del Terminal nos esperaba un contingente de policías ‘admiradores de RAMBO’: vestidos todos con traje para camuflarse en la guerra y con unas metralletas gigantes que solo había visto en las películas. Impacto visual.
Al salir hacia nuestra primera visita a la Cueva de las Lechuzas, los policías casi nos hacían la guardia. Durante nuestra caminata, un RAMBO (como llamaremos en adelante a estos policías armados hasta los dientes) nos escoltó. En la entrada a la cueva, dos de estos mantenían el orden.
Al día siguiente se repitió la misma historia: RAMBO a diestra, RAMBO a siniestra.

La seguridad que ofreció Tingo María para el grupo de amigos con el que fui realmente me impactó. Como mencioné párrafos arriba, en principio el impacto fue visual; sin embargo, poco después lo que más me impactaba era el grado de violencia que esa ciudad puede tener para que sean necesarios que tanto personal armado.
Es cierto, la droga que se produce en el valle del Huallaga no es poca cosa, pero ese primer acercamiento a los policías armados cual RAMBO III (la última de RAMBO no la he visto por eso no puedo dar fe de su equipo) tampoco lo es.

Quién sabe si cuando pase lo mismo, suceda igual…

jueves, 20 de diciembre de 2007

Noche de paz, Noche de amor

Esperaba a un lado de la pista para no interrumpir el tránsito con mi curva en U. Un policía parecía estarse acercando a mi auto con cara de no muchos amigos.
“No, no es conmigo – pensaba – debe de ser una coincidencia”.
El policía seguía avanzando. Yo tenía la conciencia limpia: no había hecho nada.
“¿Espera doblar en U?” – preguntó el policía.
“Sí, jefe” – inocentemente le respondí.
“¿No sabe que está prohibido? No ve los letreros” – ceño adusto, voz marcial.
No había ningún letrero que prohíba la vuelta en U. Era obvio el ‘tombo’ trataba de amedrentar.
“No hay ningún letrero” – con mi mano le hice notar que se había equivocado de ‘esquina’ en esa no había ningún letrero.
“Sabe qué señor, sírvase a darme sus documentos. Le voy a poner una papeleta” – así, de la nada se apareció con el asunto que me iba a poner una papeleta.
A lo lejos sonaba el tararear de la música “Noche de paz, Noche de amor. Todo duerme en derredor…”
Mis ojos se abrieron de par en par. No entendía inicialmente la petición del agente de seguridad.
“Como le digo, no hay ningún letrero que prohíba dar esa curva” – respondí.
“Por favor, señor. Sus documentos” – era una especie de ‘vamos, ya está derrotado. Le pongo la papeleta y punto, no hay más que decir’.
Reaccioné.
“Espere señor policía. – respondí enérgico – Es decir, ¿Ud. me va a poner una papeleta por no haber hecho nada? ¿Por tener las intenciones de dar mi vuelta en U y como Ud. dice que no se puede entonces soy acreedor de una ‘bien merecida’ papeleta?”
Reaccionó.
“ ¿Sabe qué, señor? – respondió con la misma voz marcial y el mismo ceño adusto – Avance rápido”
No hubo disculpas de por medio (y tampoco las esperaba), sino más hubo un ‘favor’ al dejarme ir sin papeleta, una papeleta que no tenía sentido desde mi punto de vista.
Si nos enmarcamos en el contexto de que Diciembre es el mes de la Navidad, y que los policías necesitan hacer regalos para sus hijos, tiene lógica que quieran poner papeletas hasta por cosas que no tienen lógica.

Años tras años cuando pasa lo mismo, sucede igual.

Nicolas Carcovich