viernes, 28 de marzo de 2008

Lo más cerca de RAMBO que pude estar (en mi viaje a Tingo María)


La mañana del Jueves Santo desperté ante el sonido de una voz marcial (por decirlo de alguna manera) en el bus que nos dirigía hacia Tingo María. Había un sujeto que, con rifle en mano, nos indicaba que había entrado a nuestro bus para cuidarnos de ‘los malos’ que podían interrumpir nuestro viaje para “robarnos, violarnos y hasta matarnos”.
Se presentó como un rondero de la zona y que, como tal, no recibía sueldo del Estado así que nos agradecería colaborar con él. Entonces, – rifle en mano – pasó asiento por asiento agradeciendo la colaboración voluntaria que le ofrecíamos.

En el valle del Huallaga

Al bajar del bus, en la ciudad de Tingo María un policía con cara de pocos amigos revisó toda nuestro equipaje de mano. Al salir del Terminal nos esperaba un contingente de policías ‘admiradores de RAMBO’: vestidos todos con traje para camuflarse en la guerra y con unas metralletas gigantes que solo había visto en las películas. Impacto visual.
Al salir hacia nuestra primera visita a la Cueva de las Lechuzas, los policías casi nos hacían la guardia. Durante nuestra caminata, un RAMBO (como llamaremos en adelante a estos policías armados hasta los dientes) nos escoltó. En la entrada a la cueva, dos de estos mantenían el orden.
Al día siguiente se repitió la misma historia: RAMBO a diestra, RAMBO a siniestra.

La seguridad que ofreció Tingo María para el grupo de amigos con el que fui realmente me impactó. Como mencioné párrafos arriba, en principio el impacto fue visual; sin embargo, poco después lo que más me impactaba era el grado de violencia que esa ciudad puede tener para que sean necesarios que tanto personal armado.
Es cierto, la droga que se produce en el valle del Huallaga no es poca cosa, pero ese primer acercamiento a los policías armados cual RAMBO III (la última de RAMBO no la he visto por eso no puedo dar fe de su equipo) tampoco lo es.

Quién sabe si cuando pase lo mismo, suceda igual…

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